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Escuela selectiva” da la impresión de que persigue embarcar a los
alumnos en una competición en la que los menos aptos son arrojados a la
cuneta y sólo se presta atención a los que más rinden. Suele hablarse de
ella también como “discriminadora”, en su sentido más peyorativo (y es
cierto que en ella se “discrimina”, pero sólo en el sentido de
“distinguir entre diferentes” y no en el de “excluir” a nadie). Lo
cierto es que la escuela selectiva busca agrupar a los alumnos según sus
capacidades, sus necesidades y sus características, de manera que cada
grupo reciba la educación que le sea más adecuada, diferente para cada
grupo, ya que los alumnos en cada uno de los grupos son homogéneos y con
capacidades y necesidades similares. De este modo, todos los alumnos
reciben la mejor educación posible.
En definitiva, la escuela selectiva es la que peor prensa tiene,
aunque en realidad es la que mejor atiende las necesidades de sus
alumnos y garantiza mejor su futuro. La escuela comprensiva, en cambio,
es la escuela “progre”, la que tiene mejor prensa, la que se vende como
“lugar idílico donde se reúnen beatíficos profesores con adorables
alumnos y es un remanso de felicidad y alegría”, cuando en realidad es
la que está haciendo crecer a ritmo galopante la violencia en las aulas y
fuera de ellas, contra compañeros y profesores, las bajas por ansiedad y
estrés de dichos profesores, y la que ha hecho caer en picado los
niveles de cultura, instrucción y disciplina de los alumnos, según se
refleja en los sucesivos informes PISA, en los que cada vez bajamos más
el nivel. Así nos va.